El fenómeno migratorio es una de las situaciones más complejas de los últimos años. Podríamos decir que es una de las pandemias que amenaza la vida, rompe la convivencia social y la realización personal. En efecto, las consecuencias y, sobre todo, las causas son muchas y variadas, aunque el factor económico es determinante y es lo que ocasiona grandes movilizaciones en la búsqueda de nuevas oportunidades para vivir mejor.

En los primeros días del año 2021, nos hemos sorprendidos nuevamente por las caravanas de migrantes, 9000 personas, principalmente de Honduras, incluidos cientos de menores de edad. A esta caravana se sumaron, en menor cantidad, personas de Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Esto indica que en el área centroamericana algo anda muy mal. Los gobiernos son incapaces de crear políticas públicas y un desarrollo sostenible, más bien hay una inestabilidad permanente de la democracia y un temor generalizado que causa graves daños a la familia y a la sociedad: el empobrecimiento -estrechez económica-, la falta de oportunidades educativas y laborales, hacen que haya más vulnerabilidad, condiciones de exclusión -miseria- y sufrimiento.

Además, la crisis de la actual pandemia -emergencia sanitaria- y esta crisis migratoria pone en duda la realidad política de “un país seguro” y, asimismo, el sistema o modelo económico influenciado por el mundo globalizado que ha generado una brecha inhumana y un descontrol que continúa distorsionando la misma realidad.

La gravedad de las crisis económicas: la corrupción estatal que genera más pobreza, violencia, sobreexplotación de los recursos naturales y otras carencias que son detonantes de esta situación donde es casi imposible apelar a la justicia y al bien común, es decir, contradice las enseñanzas del magisterio de la Iglesia. Por otro lado, esta crisis que podemos llamar estructural es la ocasión para abordar el tema de la migración en profundidad.

Este es un tiempo propicio para evaluar, revisar, analizar algunos desafíos, cuestionar y sobre todo evitar ciertos maquillajes que los políticos siempre tienden a poner. Los desafíos nuevamente están en buscar una solución al problema y no sólo remiendo o simplemente parches. Es más, necesitamos llegar a acuerdos de carácter internacional, que incidan fuertemente en el ámbito político y social, para que la cultura de la paz no se vea amenazada y que tampoco pongamos en peligro la vida misma.

La Iglesia sigue caminando y acompañando el dolor de tanta gente que se ve obligada a migrar, desea hacer significativos sus esfuerzos, por ejemplo, estos documentos son interesantes: Pronunciamiento de un encuentro del CELAM, 2016: “Migración, refugio y trata de personas”, y Declaratoria conjunta de los obispos de USA, México, El Salvador, Guatemala y Honduras, 2014: “La crisis de los niños migrantes”. Y, recientemente el documento del SEDAC (Secretariado Episcopal de América Central), con fecha 19 de enero de 2021.  

Sin embargo, el Papa Francisco nos brinda algunas pistas para hacer algo mayor y evitar el deterioro social y ecológico. En esta hora del discernimiento de los signos de los tiempos, necesitamos conseguir una protección eficaz de las personas más vulnerables y evitar el dramático fenómeno de la migración forzada. A nivel eclesial es importante asumir y priorizar la responsabilidad con los migrantes, en este Proyecto de Misión: las Conferencias Episcopales deberían consolidar una Comisión Episcopal de la movilidad humana, como una comisión de carácter ecuménico para no improvisar acciones y evitar las divisiones en el proyecto. Promover Congresos eclesiales que aborden y den respuesta a esta problemática, también el compromiso de construir casas de acogida o albergues. Las parroquias, sobre todo, las que están en la ruta de los migrantes deberían orientar: “La pastoral social hacia una promoción humana integral”.

También hay algunas instituciones que están a la expectativa de estos problemas sociales que abarcan la migración forzada interna, otra realidad que tiene rostro oculto pero que deja grandes secuelas sociales. En efecto, no existen datos reales o números para cotejar esta dura realidad. La gran pregunta es, quien defiende los derechos de los migrantes cuando son violentados y vejados por instituciones como la policía y los militares. Eso es lo que más duele ver en estos días a través de los medios de comunicación. Las medidas migratorias son cada vez más duras y violentas, afectando directamente cualquier actitud humanitaria y de protección a los huyen, migrar en todo caso es exponerse a mayores riesgos e incluso hasta la muerte.

En El Salvador se ha formado la Mesa del Desplazamiento Forzado Interno, que aglutina varias instituciones dedicadas a este mismo esfuerzo de garantizar los valores de la vida y una opción incondicional por los empobrecidos.

Finalmente, el problema migratorio depende de todos, es una llamada de atención y conversión, es nuestra gran responsabilidad pastoral, como Iglesia sinodal debemos encontrar respuestas adecuadas a cada momento de nuestra historia para lograr el equilibrio de la sociedad y unas auténticas condiciones adecuadas que favorezcan la dignidad de la vida y los derechos humanos.

Fr. Anselmo Maliaño Téllez OFM
Oficina JPIC – El Salvador