Servir en un comedor franciscano implica estar consciente de que estás  haciendo realidad la entera y total entrega al hermano necesitado como nos recuerda el Evangelio, es decir, dándole de comer al hambriento, de beber al sediento, alojando al forastero, vistiendo al desnudo (Mt. 25,31-36). Todo ello impregnado de la fragancia nutricia del amor que sale de nuestro Padre, amor con el cual nos convertimos en colaboradores de la instauración del Reino aquí en la tierra.

Esta obra se lleva con respeto, aceptación, entrega y generosidad; la cual no debe quedar solo en el aspecto meramente economicista de satisfacer una necesidad inmediata, al contrario, tenemos que establecer signos de la presencia de Dios todo amoroso entre los hermanos y hermanas que osan acercarse a pedir ayuda a nuestra casa – que también es su casa – la mayoría de ellos bajo una imperante necesidad emanada de las sin razones de sus gobernantes  y condiciones históricas de precariedad en las que han sobrevivido, a tal grado que han dejado casa, familia, costumbres, etc., emprendiendo el camino para buscar una vida mejor para ellos y para los suyos.

La ayuda que damos debe de ser una dádiva brindada de hermano a hermano, en la que suministramos y compartimos solidaria y amablemente lo que tenemos, con el único afán de servir a ese Cristo pobre representado en la persona de nuestros hermanos y hermanas migrantes, a sabiendas de que, lo que hacemos por uno de esos pequeños, (a los ojos de los hombres) es por Dios mismo que lo estamos haciendo. (Mt. 25,40)

Es una prédica constante que nos debe de mantener afanosos, ocupados y preocupados, al grado tal, que las palabras salen sobrando, a no ser que sean utilizadas para dar consuelo a nuestros hermanos y hermanas caminantes, o bien, para reclamar y pedir por sus derechos, convirtiéndonos, en ese momento, en la voz de los que no tienen voz. Siendo estos heraldos que hablen de las injusticias, atropellos y vicisitudes, que estos amados hijos e hijas de Dios y hermanos/as nuestros, sufren en su peregrinar; es ser uno con ellos, uno de ellos y no, uno entre ellos, es hacernos amigo, padre, madre, hermano, confidente o consejero, es impregnarse de su experiencia de vida para poder entender la real necesidad que tienen, con la cual vienen cargando desde sus lugares de origen, porque sólo de esta manera podremos ayudar satisfactoriamente a sus necesidades.

Con todo ello, estamos colaborando para que esta casa común sea más igualitaria, amena y acogedora, que con nuestro trato logremos borrar un tanto cuanto los sinsabores con que se han topado nuestros hermanos al abordar el tren de su aventura personal, cosa que no podríamos lograr si no nos nutrimos de la palabra de Dios de manera orante, para que Él sea el que actúe por medio de nuestra persona y podamos reflejar para nuestros hermanos migrantes el rostro amoroso de Dios que los acoge, cuida y protege.

Testimonio de
Fr. Agustìn Garcìa, OFM
Albergue y Comedor para Migrantes San Francisco
Mazatlán, Sinaloa, México

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