Hablar de migración o movilidad humana, es hablar de uno de los grandes retos de la humanidad y, si a esto le sumamos la problemática sanitaria del Covid-19, nos enfrentamos a una situación verdaderamente titánica e incierta, toda vez que ello conlleva sumar a la ya difícil tarea de movilidad, el reto de pasar los cercos sanitarios, el cierre de algunos albergues y comedores de ayuda humanitaria, clínicas hospitalarias limitadas y población asustada por la excesiva información del Coronavirus.
Las recomendaciones que propone el gobierno civil nos atañen de manera directa ya que, se ve coartada y limitada nuestra ayuda para los hermanos migrantes que al final de todo son los más afectados, reduciendo nuestro accionar a solamente cubrir las necesidades más básicas y apremiantes, como son: hidratarlos y alimentarlos. Para dichas tareas tenemos que cumplir con algunos protocolos como es el de usar cubre bocas, respetar la sana distancia y lavado de nuestras manos, el uso de alcohol en gel, evitar la aglomeración de personas, etc.
Dando cumplimiento a estas medidas sanitarias, hemos decidido atender el comedor prescindiendo de la ayuda de voluntarios, atendiendo el comedor solo los frailes, evitamos dar alimentos calientes, preparamos unos kits individuales los cuales contienen atún, galletas, totopos, jugo de fruta suero oral, agua, papel sanitario y de ser posible fruta. Para tal acometido usamos las propias instalaciones del comedor o bien, acudimos a las vías del ferrocarril a llevarles estos alimentos, a entregarles lo que es de ellos y para ellos, procurando con esta obra, mitigar un poco sus sufrimientos, acercándonos al cristo sufriente en la persona del hermano migrante, y en este acercamiento va la procura de regresarles esa dignidad de hijos de Dios.
En no pocas ocasiones hemos sido desobedientes al gobierno civil, apelando a la caridad, redoblando cuidados damos permiso de usar regaderas y sanitarios, aun mas, permitiéndoles pernoctar en las instalaciones del comedor, sobre todo cuando son familias las que nos lo solicitan, familias en las cuales viajan niños pequeños, mamá y papá. Ser testigos del gozo que sienten después de bañarse, la alegría que emana de ellos después de descansar bajo un techo en área segura es algo indescriptible, cosa que nos cuestiona y nos hace reflexionar en la grande necesidad de tener un lugar para albergar a esto hijos tan queridos de Dios.
El comedor para el migrante San Francisco se ha convertido en un oasis para aquellos hermanos que están de camino buscando una mejor oportunidad de vida, oasis en el que encuentran donde mitigar su hambre y donde saciar su sed, lugar donde aun con las contrariedades y restricciones que se dan por causa de la pandemia encuentran una respuesta amable, generosa y caritativa; sin menoscabos ni desprecio por que sabemos que es por medio de ellos que tenemos la oportunidad de servir al Hijo de Dios.
“Hermanos comencemos que hasta ahora poco o nada hemos hecho.”